Sistema Preventivo
El sistema preventivo de Don Bosco
El sistema educativo de Don Bosco es heredero de su visión cristiana del hombre, que se va gestando desde sus inicios en su casa de Ivecchi y se consolida a lo largo de su formación eclesiástica y trabajo en Turín.
Su sistema educativo no tiene el radicalismo de otros profetas de la educación como Rousseau, que pretendía la creación del hombre nuevo; pero tampoco tiene añoranza de volver al pasado para restaurar el “antiguo régimen”.
Él pretende acompañar a los jóvenes para acoger y formar en sí mismos la fidelidad a la perenne novedad cristiana y hacerlos capaces de insertarse en una sociedad siempre nueva.
Don Bosco tampoco elabora un estudio de los fines educativos dentro de una concepción humanista-cristiana del mundo y de la vida, filosófica y teológicamente estructurada, aunque mental y operativamente la tenga siempre delante. Esta concepción es propia de su cultura adquirida, su temperamento, su sensibilidad y el contacto con los jóvenes necesitados. De él se dice que es profundamente hombre y profundamente santo. Un santo adornado con todas las cualidades humanas, sobre todo de la bondad y el amor.
Don Bosco pide al educador una actitud razonable y persuasiva.
Ello contribuye a dar al sistema educativo salesiano esa naturalidad característica que tan gratamente sorprende a quien por primera vez se pone en contacto con un centro salesiano.
La razón se opone a toda actitud y comportamiento autoritario que pueda nacer del educador que se siente superior al educando, o que cree tener la verdad, o siente el temor de perder autoridad.
La razón hace comprensible y partícipe al joven, de todas sus decisiones, correcciones y caminos que quiere recorrer y por los cuales está transitando.
Don Bosco intuye con agudeza la índole del adolescente, ávido de razones y necesitados de comprensión. El «porque sí» o «porque yo lo mando», no es válido; la explicación, el convencimiento de lo que se debe hacer y la sencillez en el trato refuerza la relación amigable entre educadores y educandos y hace innecesarios o razonables los castigos.
La razón hace que nuestros procesos educativos sean graduales y ajustados a las necesidades, capacidades y niveles de desarrollo de cada joven. No todos pueden ser tratados ni exigidos de la misma forma y en la misma medida. El educador debe comprometerse en el diálogo con los diversos universos culturales en que viven los jóvenes, profundizando y desarrollando los valores determinantes, los criterios de juicio, los modelos de vida según el evangelio. La razón nos mueve a inculturar nuestra propuesta educativa y evangelizadora.
Para Don Bosco, la acción educativa se identifica plenamente con la actividad salvadora y santificadora de la Iglesia.
Hoy corremos el riesgo de dejar de lado los valores religiosos porque nos puede parecer que son valores anticuados que a los jóvenes no les dice nada. Podemos caer en la tentación del miedo a la hora de hablar de la oración, los sacramentos, las prácticas religiosas.
No obstante no debemos dejar de lado la dimensión religiosa del hombre. Si así lo hacemos, cometeremos una injusticia con el educando que es portador de valores eternos.
Los valores cristianos, del evangelio, son buenos y necesarios en el mundo actual, sin olvidar la tolerancia y el respeto hacia todas las creencias religiosas, también válidas y loables.
Los educadores deber ser «signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes», especialmente a los más pobres. Por ello no han de tener reparo en invitar a los jóvenes a la profundización de su fe y de abrirles la puerta a la trascendencia, como fundamento central de su vida, que se concreta en la vivencia de las prácticas religiosas del cristiano.
La meta que proponemos a los jóvenes es la de construir la propia personalidad teniendo a Cristo como referencia fundamental; personalidad que en la búsqueda de madurar en la libertad y personalidad, se enriquece con los valores del evangelio.
El término utilizado por Don Bosco, «amorevolezza», tiene una difícil traducción al castellano. Sin embargo, el contenido que encierra esa palabra es «El alma del Sistema Educativo», el supremo principio del método educativo de Don Bosco.
La relación que hace posible la labor educativa no es la autoridad como fuerza impositiva, sino el afecto, la amistad. La auténtica relación se establece de corazón a corazón. Dice Don Bosco. «…que los jóvenes no sean solamente amados, sino que se den cuenta de que se les ama».
La confianza exige en el educador un afecto profundo y noble hacia los jóvenes. Se expresa palpablemente mediante la familiaridad, la cual elimina distancias. El educador participa con entusiasmo en las actividades de los muchachos, dialoga con ellos, está siempre disponible para dar el primer paso.
Esta «amorevolezza» de Don Bosco, mientras se dirige a la salvación del alma, se preocupa, al mismo tiempo, de que el joven sienta que es amado.
Fuente: FUNDACIÓN DON BOSCO